
Hoy se distingue entre malezas y cultivos gracias a Greeneye que convierte en inteligentes a las máquinas rociadoras para mejorar la producción y ser amigable con el entorno.
Durante mucho tiempo el uso de herbicidas fue una ciencia imprecisa.
Antes, los agricultores no tenían otra opción que fumigar todo, tanto los cultivos saludables como las malezas en lo que era un proceso increíblemente derrochador.
La startup israelí de tecnología agrícola ideó un nuevo enfoque para el control de malezas. “Queremos cambiar la práctica derrochadora a una de rociado de precisión, donde se fumiga solo donde se necesita”, dijo Bocher.
¿Cómo se diferencia entre las malezas a erradicar y los cultivos que no hay que rociar con productos químicos innecesarios? ¿Y cómo se hace en tiempo real?
La respuesta es la inteligencia artificial: el software de Greeneye convierte las máquinas comunes en “pulverizadores inteligentes”.
Las cámaras instaladas en la “pluma”, que es el brazo de 36 metros de largo colocado en el rociador que disemina el herbicida, capturan datos de todo el campo.
Los algoritmos de Greeneye identifican dónde están las malezas, detectan si los cultivos están sanos o no, si hay alguna enfermedad en el campo, si los plantíos reciben los micronutrientes que necesitan o si se usan los fertilizantes correctos
Las cámaras de la empresa disparan a 40 fotogramas por segundo, lo que permite que el rociador viaje a su velocidad máxima normal (unos 20 kilómetros por hora).
Mapas de maleza
Greeneye tiene una base de datos de millones de imágenes de muchos campos, cultivos y regiones de cultivo diferentes. La inteligencia artificial compara lo que ve con lo que ya aprendió sobre cultivos específicos.
En ese sentido, Greeneye espera producir precisos “mapas de malezas” para ayudar a los agricultores a elegir los productos de protección de cultivos correctos y usar menos de ellos.
Los rociadores inteligentes se aseguran de que solo las malezas reciban una dosis de herbicida.
Esto es bueno para la salud de las plantas (y de los humanos que las consumen) además de reducir la contaminación del agua y del suelo por la escorrentía de pesticidas, y sobre todo, para los fondos del agricultor, que si logra rociar hasta un 90 % menos de herbicida puede ahorrar mucho tiempo, especialmente en soja y maíz, donde los márgenes de ganancia son extremadamente bajos.
Para los agricultores, esto representa un cambio de reglas. En todo el mundo, la industria gasta unos 30 mil millones de dólares al año en herbicidas y sin embargo las malezas siguen siendo un problema perenne.
Solo en EEUU se estima las “hierbas malas” les cuestan a los agricultores unos 33 mil millones de dólares al año en producción de cultivos perdidos.
Debido a la pandemia de COVID-19 y los desafíos a la cadena de suministro, el precio de los herbicidas se disparó.
El glifosato, herbicida de uso común, subió un 300 %, si es que se puede encontrar.
EEUU, los primeros en adoptar cambios
Bocher se mudará pronto al Medio Oeste de EEUU, donde Greeneye lanzó un programa de “adopción temprana” con decenas de clientes en Nebraska, Iowa e Illinois que comenzarán a usar el sistema en los próximos meses.
“Nuestra iniciativa de primeros usuarios se suscribió en menos de una semana”, dice Bocher.
Greeneye cuenta con 25 empleados en tres oficinas en Tel Aviv y Belén HaGlilit, donde se prueba la maquinaria.
¿Puede Greeneye ayudar con el cambio climático? Bocher dice que sí.
“Cuando un agricultor labra la tierra para controlar las malezas y ofrece mejores condiciones para los cultivos se escapa una gran cantidad de carbono. Es un camino masivo de emisión de ese gas. Así, ayudamos a los agricultores a reducir su dependencia de la labranza”, manifestó.
Y añadió: “Los herbicidas no son nuestro enemigo. Nos han permitido alimentar al planeta pero necesitamos ser más eficientes en la forma en que lo hacemos para no rociar donde no es necesario”, concluyó.