
Hoy 27 de enero, se conmemora el Día del Holocausto. Para muchos esta palabra no significa nada o evoca confusas connotaciones de ritos religiosos pasados.
Aunque la Humanidad padeció genocidios y matanzas en todas sus épocas, ninguno tuvo la distintiva particularidad del Holocausto.
Quiero creer que durante el tristemente conocido Tercer Reich, que duró 12 largos años, una especie de locura colectiva se apoderó del pueblo alemán, uno de los más civilizados de Europa, cuna de pensadores y artistas primordiales en nuestra cultura occidental. Sin embargo, los hombres y mujeres que por acción u omisión participaron en las bestiales aniquilaciones fueron en su gran mayoría personas corrientes, de todos los estratos sociales, convirtiendo así el mal supremo en pura banalidad.
Fue ese mismo pueblo el que tuvo el oscuro privilegio de concebir y ejecutar la llamada “solución final” para el pueblo judío; o en otras palabras, el exterminio total y definitivo de todos nosotros. Eso es lo que la Historia describe con el nombre de Holocausto.
Hasta ahora, sólo palabras. Pero detrás de ellas fueron asesinados seis millones de seres de todas las edades entre los que hubo más de un millón de niños. Seres eliminados en fusilamientos individuales o colectivos, al borde de fosas comunes previamente cavadas por ellos mismos, o, víctimas de las conocidas cámaras de gas y crematorios de los campos de exterminio. El universo de sadismo y crueldad creado para acabar con las vidas de millones de personas, queda reflejado en los testimonios de los sobrevivientes (como el caso de mi mamá Lushka, fallecida hace 4 años a los 95 años).
Hablamos de Holocausto para referirnos a los seis millones de judíos asesinados, pero hubo otros millones más que compartieron la misma suerte, como los “enemigos” de todo tipo que fácilmente supo crear el nazismo: ni los judíos fueron las únicas víctimas ni los alemanes los únicos verdugos.
Odios de generaciones y una educación de desprecio hacia los judíos, inculcada durante siglos, fueron los ingredientes perfectos que sirvieron para ser explotados por los nazis. Así vimos a ciudadanos de Francia, Noruega, Bélgica, Holanda, Rumania y otros más participar con auténtico entusiasmo en la barbarie que se apoderó de toda Europa.
Muy pronto los judíos no tuvieron escapatoria posible. Casi todas las fronteras se cerraron para ellos. No olvidamos recordar siempre las contadas excepciones que en aquellos años fueron a contracorriente y dieron una valiente mano, aunque sus vidas estaban en peligro. Mencionare aquí a los daneses con su Rey al frente, que lograron salvar a casi toda su comunidad judía organizando su huida a través del mar en barcos pesqueros que llegaron a Suecia, o Raoul Wallenberg , o Angel Sans-Briz, entre otros, que salvaron de la muerte a miles de judíos .
Toda Europa quedó convertida en un inmenso cementerio.
Si no fuera por los testimonios personales, la gran cantidad de documentos recopilados, y los restos humanos encontrados, lo que ocurrió en aquellos años pudo haber parecido una terrible pesadilla. Por ley del Tercer Reich, todo judío debía ser exterminado y si eso no se llevó a cabo en su totalidad, no fue por falta de determinación o empeño, Hitler simplemente, nunca pensó que perdería la guerra.
Recuerdo las palabras de mi madre cuando me contaba sobre su reacción al descubrir la magnitud de la tragedia. Es que fue tan monstruoso lo vivido…. Mujer joven, recién salida milagrosamente de una larga y cruel guerra. Lo había perdido todo… Su familia asesinada, su hogar destruido, sus amigos desaparecidos, sus conocidos no existían. Sólo le quedaba su MEMORIA. Mi madre fue una sobreviviente que no olvidó y no quiso que la Humanidad olvide, porque los que olvidan su historia, están condenados a repetirla.
Desgraciadamente, seguidores incansables a volver a empezar no faltan. No hay nada más peligroso para la memoria colectiva que los que reescriben la Historia, deformándola. Los revisionistas, esos que se creen intelectuales, los nazis de siempre y sus nuevos seguidores, para los que el Holocausto nunca existió y para los que cada cámara de gas; cada judío, gitano, homosexual, cada “enemigo”, es un invento para difamar a Hitler y a Alemania. El gran problema de estas mentiras es que a medida que pasa el tiempo, este perverso revisionismo empieza a dar sus frutos.
Los falsificadores de la Historia, son los hijos ideológicos de aquellos que nos han quitado a los vivos y que ahora nos quieren quitar a los muertos. Tenemos un arma y esa es la MEMORIA, esa memoria que durante los años en que terminó la guerra hasta que la muerte se la llevó, mi madre dibujó, pincelada a pincelada, un mundo desaparecido en el que creció.
R.E.N.