
El pasado lunes 15 de marzo hemos cumplido exactamente 1 año de pandemia.
Lo pienso, lo escribo, lo pienso de nuevo, y sinceramente no lo puedo creer. A ver: intentemos hacer una síntesis acerca de lo que nos pasó, o una especie de raconto (como en aquellos videos extensos de bar mitzvot y casamientos, de los cuales nos quedamos solamente con el resumen, que es corto, conciso y ameno).
Empecemos por el principio: en marzo la noticia de la cuarentena nos cayó como un balde de agua fría. Se cerraba todo, absolutamente todo. Y si bien hubo algunas pocas excepciones, todos cumplimos la orden y todo se cerró. Nos quedamos adentro de nuestras casas y solo salíamos para comprar algo de comida. Incluso llevábamos una bolsa de supermercado para despistar al policía y un permiso para poder circular.
Así fueron pasando algunas semanas. Atravesamos distintos estados de ánimo: de la angustia y del temor pasábamos a la esperanza y a la fe de que todo se resolvería pronto. De la incertidumbre y el miedo, a la confianza en nuestros médicos, a los que aplaudíamos cada noche. Y así se fueron sucediendo las semanas, sin salir de nuestras casas y vigilados permanentemente por las fuerzas de seguridad.
Llegaron los meses de invierno y todo continuaba cerrado: escuelas, restaurantes, cines y teatros, cafés, universidades y shoppings. Surgieron muchos casos de coronavirus, y uno fue el mío. Mucha gente tuvo que internarse y la pasó muy mal, muchos fallecieron.
La preocupación por la economía era altísima, mientras seguíamos esperando noticias de Europa, mirando con atención los noticieros y angustiados por lo que vendría.
Llegó la primavera y varios intentos por abrir lugares y negocios. Crecía la preocupación y la angustia por la salud. El mundo estaba trabajando en una vacuna y mientras tanto en nuestro país había que continuar viviendo con un caos, una incertidumbre y un miedo que iban creciendo día a día.
Celebramos como pudimos las últimas fiestas del año en lugares abiertos y ventilados, y hoy continuamos a la espera de las vacunas rusas, chinas, hindúes o la que fuera. Ya casi no importa cual: la ansiedad es muy grande y la paciencia se nos está acabando.
Las noticias en el mundo y sobretodo en nuestro país son desalentadoras. Y aun así empezaron las clases, se abrieron las escuelas, los chicos están pudiendo retomar una vida normal.
Acá estamos todos: esperando, trabajando, cuidándonos, viviendo. La historia continuará y mientras tanto muchos nos hemos reinventado en lo laboral y profesional.
Cuando todo esto termine, y volvamos a ser libres, probablemente nos sentiremos aliviados y orgullosos de cómo hemos transitado esta pandemia. Mientras tanto, son tiempos muy difíciles, seamos conscientes que muchos necesitamos ayuda, de nuestros familiares, amigos o terapeutas. Estemos atentos y en caso de necesitarla, pidámosla.
Por Lic. Patricia Dina Kossoy, psicóloga y voluntaria del Centro Simón Wiesenthal para América Latina.
Las opiniones expresadas en esta nota son de exclusividad del autor