
Como psicóloga y voluntaria del Centro Simon Wiesenthal tuve la oportunidad de conocer a la estudiante de 22 años de la carrera de diseño (de la Facultad de arquitectura, diseño y urbanismo- UBA), que protagonizó en octubre del año pasado un episodio penoso cuando, para un trabajo práctico, presentó un prototipo de aspiradora con una gran esvástica en el frente, como si se tratara de un arma de guerra.
A partir de la indignación de sus compañeros de curso y del proceso que el departamento jurídico de la propia facultad abrió, se decidió que ésta participase de un curso preventivo e intensivo en nuestro Centro, sobre nazismo, Holocausto, y la nueva definición de antisemitismo, adoptada recientemente por un sinfín de facultades e instituciones educativas del país.
Junto al director del Centro para América Latina, Dr. Ariel Gelblung, nos propusimos, primero, conocer lo mejor posible a la estudiante e identificar si había actuado con fines discriminatorios o simplemente no sabiendo que significaba la esvástica y qué connotaciones políticas, sociales e históricas tiene hasta el día de hoy.
Una vez que entendimos que estábamos con una alumna que no sabía nada del Holocausto, y que su diseño fue ingenuo y sin mala intención, trabajamos durante un par de meses en encuentros virtuales en los cuales se le aclaró que le ofreceríamos un curso, no como castigo o medida punitiva sino como oportunidad para entender, conocer y aprender acerca del tema.
Le acercamos material acerca de antisemitismo, Holocausto, racismo, prejuicios de ayer y de hoy, no solo en contra de los judíos sino de cualquier otra minoría también.
Le recomendamos películas, libros textos, y la acompañamos al Museo del Holocausto de Buenos Aires, el cual nos brindó una visita presencial privada con un guía, que contó, mostró, y explicó todo lo relacionado a la Shoá y especialmente el uso de la esvástica como símbolo nazi antidemocrático y genocida.
La estudiante respondió interesada a cada encuentro y siempre se mostró agradecida hacia el Centro Wiesenthal, que en ningún momento quiso castigarla o retarla, sino que le dio la oportunidad de entender la complejidad de usar símbolos hirientes para ciertas colectividades.
Finalmente, y como cierre del curso, la alumna escribió una carta dirigida al Decano de la Facultad agradeciendo el trato recibido, y además recomendando realizar algún tipo de curso para informarse y aprender acerca de los temas trabajados.
Para mí, como voluntaria y psicóloga del Centro, fue una experiencia muy enriquecedora, aunque sinceramente lamenté que en estos tiempos de pandemia los encuentros son más virtuales que presenciales. Los vínculos no se dan de la misma manera, todo ha cambiado, tenemos miedo, estamos ansiosos, nos defendemos del virus como podemos usando el barbijo escondiendo parte de nuestros rasgos. El barbijo nos tapa parte de nuestros rostros, y con él es más difícil acercarnos al otro, sobre todo si el otro no es cara conocida. Me hubiese gustado conocer mejor a la alumna y poder percibir con más claridad sus facciones, entender más su fisonomía, comprenderla mejor, mirarla a los ojos.
Aún así, el encuentro personal y presencial con la alumna en la visita al Museo del Holocausto fue provechoso y sumamente conveniente, pero a mi gusto le faltó ese toque de afecto que a los argentinos nos caracteriza.
El curso fue muy satisfactorio para todos y me sentí útil para ayudar y educar a personas que, en algunas ocasiones, y sin malas intenciones, simplemente por no saber o no estar informadas, lastiman, discriminan, prejuzgan, o causan un mal a otros. Claramente, esta alumna era una de aquellas personas que, sin estar informadas, y con cierta ingenuidad, cometen actos discriminatorios que hieren al prójimo.
Todos sabemos que la ignorancia y el miedo al diferente pueden conducir a comportamientos racistas y a acciones de odio, y creo que la única manera de combatir la discriminación y la xenofobia es la educación. Esta estudiante logró aprender y entender momentos históricos muy terribles que jamás había imaginado que ocurrieron. Nunca había visto o leído nada sobre el tema. Y desde ya que era una alumna universitaria, con cierta formación educativa que le permitió llegar a esa instancia.
A partir del curso que le brindamos, de la visita al Museo y de los encuentros con nosotros pudo aclarar dudas, hacernos preguntas, cuestionar ideas, aprender, y conocer parte de la historia contemporánea, siempre con respeto y entusiasmo, sorprendida por todos los nuevos conocimientos adquiridos.
Para mí fue un honor, un desafío y un privilegio trabajar en esta tarea y colaborar como voluntaria del Centro Simon Wiesenthal, organización dedicada a denunciar actividades antisemitas y situaciones conflictivas de odio y racismo en todo el mundo.
Por la Lic. Patricia Dina Kossoy, psicóloga y voluntaria del Centro Simón Wiesenthal
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