
Fiesta. Alegría. Ruido. Vino. Disfraces.
Máscaras…
Cuando nos ponemos máscaras nos convertimos en otro, en ese otro que nos gustaría ser, en ese otro que no nos permitimos ser, en ese otro y en tantos otros como máscaras queramos ponernos.
Las máscaras nos tapan, nos guardan, dejan en sombras esas expresiones que tantas veces nos ponen al descubierto cuando las palabras no coinciden.
Están esas, que tantas veces nos salvan de mostrar nuestra vulnerabilidad, de mostrarle al otro cuál es nuestro punto débil, cómo puede hacernos daño.
Las que nos separan del otro aun cuando juntemos los labios en un beso o nuestras caras en una caricia…
Algunas son visibles y otras están ocultas, y nosotros estamos ahí, detrás, observando; máscaras mediante el mundo que nos circunda.
Máscaras y máscaras desfilan delante de nuestros rostros, delante de sus rostros.
Son las nuestras y son las suyas que se enfrentan en el encuentro.
Algunos tienen muchas, otros tienen menos, pero todos tenemos máscaras colgadas en nuestro placard.
¿Cuáles son las tuyas?
¿Las conoces?
¿De qué te separan?
¿De qué te resguardan?
¿Sonríen? ¿Lloran? ¿Están enojadas?
Las 7 máscaras. Un cuento de Jalil Gibran, para pensar
Había una vez un hombre que había hecho siete máscaras y las usaba permanentemente. Un día entraron ladrones a su casa y las robaron. El hombre, desesperado, comenzó a seguir a los ladrones gritando:
¡Ladrones, ladrones, ladrones, devolvedme mis máscaras, no os las llevéis!
Los ladrones corrían y corrían, y el hombre los seguía por toda la ciudad.
En un determinado momento, los delincuentes empezaron a trepar por un edificio y el hombre levantó su rostro para verlos. Por primera vez los rayos del sol dieron en su cara y, entonces, por primera vez, sintió el calor del sol.
En ese momento, ese hombre que hasta hacía unos instantes lloraba por sus máscaras, comenzó a gritar:
¡Ladrones, benditos ladrones que me han robado mis máscaras!
Por Lic Y Clor. Graciela Polonsky