
Artículo escrito por José Menascé- Presidente Honorario del Cidicsef (Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí)
Conozco a David Galante desde el día que llegó a Buenos Aires finalizando un largo y difícil periplo desde su liberación de Auschwitz. Su llegada agitó en mi casa paterna el tema del exterminio de mi familia que habitaba en la isla de Cos.1 En efecto, lo que conocimos como un extraño rumor difundido a fines de la guerra y convertida posteriormente en noticia fidedigna, seguía siendo increíble. La presencia de David fue la ratificación final de esa tristísima noticia: la eliminación de mi familia, por los nazis, en Auschwitz. El dolor y la desolación causada por la pérdida de nuestros seres queridos y del aniquilamiento de nuestra comunidad de origen significaron una marca muy traumática.
Sin embargo durante muchos años ni David ni yo hablamos de la Shoá; ninguna palabra. Todo se explicitaba a través de los números tatuados en su brazo. En realidad, durante mucho tiempo nadie habló del tema, ni los sobrevivientes, ni los deudos de las víctimas, ni los gobiernos o instituciones democráticas, ni el pueblo alemán que no quería recordar: el mundo no hablaba de ello. Por una razón u otra, de un lado o de otro no se quería recordar. Molestaba el dolor para unos o la culpa por su omisión o indiferencia, para otros. Por supuesto callaban también los criminales asesinos que se ocultaban en algunos países para preservar su impunidad. Tiempo después, un hecho quebró esta “amudición”, ese silencio cansino: el hallazgo de Adolfo Eichmann. Ya nadie pudo ignorar esta tremenda ignominia: la Shoá. Todos comenzamos a hablar. Testigos y fiscales, hablaron, y mucho. Quedaron a la vista de todos los objetivos de la “solución final” del problema judío, su planificación, la perfidia, sus autores y las conductas asesinas, los campos de concentración, los gobiernos colaboracionistas, los partisanos o guerrilleros de la resistencia y los “justos” que ayudaron a los judíos a riesgo de su propia existencia.
Ya no se habló solamente del hecho de la liberación de los campos o del juicio de Nuremberg. Posteriormente pudimos conversar con David y con otros, sobre lo sucedido y David Galante comenzó a realizar testimonios de su propia vivencia, cada vez más, ante distintos foros tales como alumnos de diferentes niveles educativos, ante organizaciones y autoridades vinculadas a los derechos humanos y a leer más y a estudiar ese tema. Surgieron cada vez más investigaciones desde distintos enfoques (psicológicos, históricos, filosóficos, jurídicos, científicos), se editaron muchos libros y surgieron instituciones educativas sobre el tema y museos en distintas partes del mundo. En la Fundación Memoria del Holocausto y en el Museo de la Shoá de Buenos Aires me encuentro muchas veces con David cuando da sus charlas, sus testimonios ante adultos y estudiantes. Nos vemos permanentemente en actos públicos conmemorativos de la Shoá. Nos intercambiamos publicaciones, documentos y cada vez nos informamos más sobre el tema común.
Además de los asuntos del pasado, por sobre todo, tenemos encuentros personales por vínculos de amistad que son parte de lo cotidiano y de nuestra convicción de la continuidad de la vida y de seguir avizorando el futuro. Toda esa labor de esclarecimiento de los hechos ocurridos y sus testimonios de sus vivencias en Auschwitz para que se conozcan y nunca más vuelva a ocurrir encontraron un reconocimiento especial en este enero del año 2007.2 David fue invitado a Madrid, para la conmemoración anual -junto a otros sobrevivientes de lengua judeoespañola- de la liberación de los campos de exterminio nazi. Tuve el honor de presenciar los homenajes brindados en España a los protagonistas del evento y estar allí junto a David y su esposa Raquel. Los sobrevivientes participaron de un simposio en el Círculo de las Bellas Artes de Madrid donde David fue uno de los expositores, y también en otras actividades vinculadas al evento.3
En una reunión privada, David y sus once compañeros sobrevivientes fueron recibidos por el Rey Juan Carlos y la Reina Sofía, significando ello el mayor reconocimiento a las víctimas de la Shoá. Para nosotros los sefardíes -y así lo sintió David Galante- el encuentro con los soberanos de España tiene una trascendencia mayor: la reivindicación de los judíos de Sefarad, de las figuras de talla mundial que descollaron como filósofos, médicos, científicos, políticos, poetas, místicos, administradores y lingüistas y las obras que realizaron durante la larga y fructífera presencia en la península desde la época romana hasta la dolorosa expulsión de 1492. También para las personas que hasta hoy han guardado la música, las poesías, las tradiciones familiares y culinarias y cuya lengua es el judeoespañol, mantenido por más de cuatro siglos no obstante la forzada desvinculación física de España. La imagen de David en el Palacio Real lució como el símbolo de la superación de la persecución y la muerte. El triunfo de la vida y la esperanza de un mundo mejor.